Asusta que la flor se pase pronto. Asusta querer mucho y que te quieran. Asusta ver a un niño cara de hombre, asusta la noche… que se tiemble por nada, que se ría por nada asusta mucho. Asusta que la paz por los jardines asome sus orejas de colores, asusta porque es mayo y es buen tiempo, asusta por si pasas sobre todo, asusta lo completo, lo posible, la demasiada luz, la cobardía, la gente que se casa, la tormenta, los aires que se forman y la lluvia. Los ruidos que en la noche nadie hace -la silla vacía siempre cruje-, asusta la maldad y la alegría, el dolor, la serpiente, el mar, el libro, asusta ser feliz, asusta el fuego, sobrecoge la paz, se teme algo, asusta todo trigo, todo pobre, lo mejor no sentarse en una silla.
Y primero era el agua: un agua ronca, sin respirar de peces, sin orillas que la apretaran… Era el agua primero, sobre un mundo naciendo de la mano de Dios… Era el agua… Todavía la tierra no asomaba entre las olas, todavía la tierra sólo era un fango blando y tembloroso… No había flor de lunas ni racimos de islas… En el vientre del agua joven se gestaban continentes… ¡Amanecer del mundo, despertar del mundo! ¡Qué apagar de fuegos últimos! ¡Qué mar en llamas bajo el cielo negro! Era primero el agua.
Habitante de los anchos portales donde el laurel de la sombra oculta el arpa de la araña, donde losas académicas, donde las arcas y las llaves mudas, donde el papel caído recubre el polvo de frágil terciopelo.
¡El silencio dictado por tu mano, la línea entre tus labios sostenida, tu suprema nariz exhalando un aliento como brisa en las praderas, por gemelas vertientes recorriendo los valles de tu pecho, y en torno a tus tobillos un espacio pálido como el alba!
¡Eterna, eternamente un universo a imagen tuya! Con la frente a la altura de tu plinto, viniendo de aritméticas vacías como claustros, de cielos oprimidos como flor entre páginas, ¡eternamente! dije, y desde entonces, ¡eternamente! digo.
Beso a mi voz, que expresa tu mandato, la suelto y voy hacia ti, como paloma obediente en su vuelo, libre en la jaula de tu ley.
El trazo de tu norma, en el basalto de mi inocencia oscura, el paso de tu flecha ¡para siempre! Y hasta el fin tu soberbia. Sobre mí, solo eterno tu mandato de luz, Verdad y Forma.
He caminado mucho sobre la nieve, No soy alta ni mi corazón fuerte. Mis ropas están mojadas, Y mis dientes se estremecen, El camino ha sido largo Por el penoso sendero crujiente. He vagado sobre la exuberante Tierra, Pero nunca he venido aquí antes. ¡Oh, levantádme sobre el Umbral Y dejádme ante la Puerta!
El filo del viento es un enemigo cruel, No me atrevo a pararme en la tempestad. Mis manos son de piedra, Y mi voz se lamenta. Lo peor de la muerte ha pasado, Pero aún soy una pequeña dama. Mis delicados pies se han llagado, Y en blancas heridas sangrado. ¡Oh, levantádme sobre el Umbral Y dejádme ante la Puerta!
Su voz era la voz que las mujeres tienen Rogando por un deseo del corazón. Ella vino. Ella llegó, Y la llama temblando, Hundiéndose en el fuego Finalmente murió. Nunca más en mi alma se encendió, Desde que me agité en el suelo, Levantándola sobre el Umbral, Y dejándola ante la Puerta.