Dos caminos se abrían en un bosque amarillo, y triste por no poder caminar por los dos, y por ser un viajero tan solo, un largo rato me detuve, y puse la vista en uno de ellos hasta donde al torcer se perdía en la maleza.
Después pasé al siguiente, tan bueno como el otro, posiblemente la elección más adecuada pues lo cubría la hierba y pedía ser usado; aunque hasta allí lo mismo a cada uno los había gastado el pasar de la gente,
y ambos por igual los cubría esa mañana una capa de hojas que nadie había pisado. ¡Ah! ¡El primero dejé mejor para otro día! Aunque tal y como un paso aventura el siguiente, dudé si alguna vez volvería a aquel lugar.
Seguramente esto lo diré entre suspiros en algún momento dentro de años y años dos caminos se abrían en un bosque, elegí… elegí el menos transitado de ambos, Y eso supuso toda la diferencia.
He venido para ver semblantes Amables como viejas escobas, He venido para ver las sombras Que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros En el suelo o en pie indistintamente, He venido para ver las cosas, Las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares Dormidos en cestillo italiano, He venido para ver las puertas, El trabajo, los tejados, las virtudes De color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte Y su graciosa red de cazar mariposas, He venido para esperarte Con los brazos un tanto en el aire, He venido no sé por qué; Un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia A tantas cosas más que amables: Los amigos de color celeste, Los días de color variable, La libertad del color de mis ojos;
Los niñitos de seda tan clara, Los entierros aburridos como piedras, La seguridad, ese insecto Que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles, Siento no haber dormido en vuestros brazos. Vine por esos besos solamente; Guardad los labios por si vuelvo.