He venido para ver semblantes Amables como viejas escobas, He venido para ver las sombras Que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros En el suelo o en pie indistintamente, He venido para ver las cosas, Las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares Dormidos en cestillo italiano, He venido para ver las puertas, El trabajo, los tejados, las virtudes De color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte Y su graciosa red de cazar mariposas, He venido para esperarte Con los brazos un tanto en el aire, He venido no sé por qué; Un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia A tantas cosas más que amables: Los amigos de color celeste, Los días de color variable, La libertad del color de mis ojos;
Los niñitos de seda tan clara, Los entierros aburridos como piedras, La seguridad, ese insecto Que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles, Siento no haber dormido en vuestros brazos. Vine por esos besos solamente; Guardad los labios por si vuelvo.
El agua se aprende por la sed. La Tierra —por los Océanos atravesados. El Éxtasis —por la agonía— La Paz —la cuentan las batallas— El Amor, por el Hueco de la Memoria. Los Pájaros, por la Nieve.
Morí por la Belleza, pero apenas pude acostumbrarme a mi tumba, uno que murió por la Verdad se instaló en el cuarto contiguo. Me preguntó suavemente por qué caí. «Por la Belleza», respondí. «Yo por la Verdad, y ambas son una, por lo que somos hermanos», dijo él. Y así, como parientes reunidos en la noche, hablamos de un cuarto al otro hasta que el musgo alcanzó nuestros labios y cubrió nuestros nombres.