"Desde pequeño llevaba consigo un gran secreto bien escondido. Como si
sintiera que algo no andaba bien en él en cuanto a ser humano. Era, pues,
natural, que quisiera cambiarlo. Lo quería a hurtadillas, con todas sus
fuerzas, avergonzándose un poco de este deseo como de una vida indecente. El
deseo se parecía a una punzada de hambre que aúlla como un dolor bajo el
corazón, o a un dolor pequeño que se despierta como el hambre en el alma. No se
acordaba exactamente de cuándo había brotado en él esa velada ansia por el
cambio en forma de una tenue fuerza incorpórea. Era como si se hubiera acostado
con las puntas de los dedos pulgar y corazón juntas, y al vencerle el sueño, su
mano hubiera caído de la cama y los dedos se hubieran abierto. Entonces se
había despertado, sobresaltado, como si hubiera soltado algo. En verdad, se
había soltado a sí mismo. Y el deseo estaba allí. Terrible, implacable deseo,
tan fuerte que, bajo su peso, empezó a cojear del pie derecho... Otras veces le
parecía que se había encontrado el alma de alguien revolcándose en su plato
lleno de repollo y se la había zampado.
Así germinó en él ese algo misterioso y poderoso. (...)"
El último amor en Constantinopla. Una novela para la adivinación. Milorad Pavic. (1994) Ed. AKAL
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